El Trauma es una Experiencia, no un Evento
Es un lugar común decir que alguien está traumado o traumada. Una búsqueda rápida en Google por páginas peruanas (mi país de origen) muestra que “traumado” puede hacer referencia a una guerra, un atentado, una época histórica, o una derrota electoral. En Estados Unidos, donde vivo y trabajo como psicoterapeuta, el número de búsquedas en Google para la palabra “trauma” subió más de 20% en un año la última vez que me fijé. Sospecho que, lamentablemente, la popularidad del término hace que su significado se diluya o se entienda menos. Muchos hemos dicho cosas como “ese tipo está traumado” o “esa chica quedó traumada”, pero ¿qué es en realidad el trauma?
Al escuchar las experiencias de mis pacientes en terapia, reflexionar sobre mi propia historia personal, y leer un poco sobre el tema, creo que la siguiente puede ser una definición útil para entender qué es el trauma psicológico y emocional:
El trauma es una experiencia abrumadora que sobrepasa nuestra capacidad de regular nuestras emociones, resultando en fragmentación y disociación.
Aunque esta definición siempre puede mejorada, creo que resume tres ideas que
son importantes.
Primero, el trauma psicológico limita y daña la capacidad de regular nuestras emociones. Situaciones que otras personas pueden tolerar se nos vuelven intolerables. Muchas veces sin razón ni aviso aparente nos sentimos preocupados, irritados, angustiados, deprimidos, asustados (o todo al mismo tiempo), sin poder hacer nada al respecto. Parecemos navegar entre la intensidad y el adormecimiento, o ansiosos o entumecidos, sin poder encontrar un punto medio. Se nos hace muy difícil hallar la forma de calmarnos por nuestra cuenta, de sentirnos tranquilos, o de buscar y aceptar la ayuda de otros.
Segundo, el trauma resulta en fragmentación y disociación en nuestro interior. Esto ocurre, por ejemplo, cuando suprimimos de nuestra memoria partes de lo que nos ocurrió, cuando nos acordamos de todos los detalles pero sin sentir nada frente al horror del recuerdo, o cuando partes enteras de nuestra personalidad permanecen clausuradas y ausentes luego del evento traumático. Ya sea que entendamos estos fenómenos como mecanismos de defensa inconscientes (tal como la proyección, la negación, la represión, o algún otro) o como un problema neurológico (por ejemplo, la hipersensibilidad de la amígdala cerebral o la desconexión del tálamo), la disociación es una característica fundamental del trauma.
En este artículo quiero expandirme sobre el tercer aspecto de la definición que propongo. Lo más importante del trauma psicológico y emocional es que no está definido por un evento que ocurrió en el pasado, sino por una experiencia con la que todavía vivimos en el presente. Me parece que esta idea está ilustrada bella y dramáticamente en una pintura de 1930 del artista belga René Magritte, llamada “Los días gigantescos” (Les jours gigantesques).
Los Días Gigantescos
Me gustan las pinturas de Magritte desde que era chico, pero no había visto ésta en particular hasta hace unos años, en una exhibición en el Instituto de Arte de Chicago. Inmediatamente me sentí sobrecogido por el poder y la violencia de esta obra.
Al principio vi en esta pintura la representación de un intento de violación en el momento presente. Sin embargo, creo que lo que la pintura realmente ilustra no es algo que le está ocurriendo a esta mujer aquí y ahora, sino la forma en que esa experiencia pasada se mantiene aterradoramente presente en ella, cómo su atacante continúa viviendo en su cuerpo y en su mente tiempo después.
Su cara parece congelada por el espanto, reflejando la tensión de su cuerpo entero y el desesperado intento de sacarse de encima al hombre de un pasado real o imaginario. En el contraste de los colores sobre su piel veo el conflicto dramático entre la vida y la muerte, y la experiencia de mantener parte de sí misma en las tinieblas. Las palabras no son necesarias para comunicar el pánico y resultan inadecuadas para expresar el horror por el que ella ha pasado y está pasando. De hecho, uno de los efectos del trauma es que limita nuestra capacidad de desarrollar una narrativa continua y coherente sobre nuestra vida. La experiencia es abrumadora, ocupando la mayor parte del lienzo, y sin embargo la atmósfera es completamente desolada. Sabemos, de algún modo, que nadie vendrá a ayudar a esta mujer desesperada. El azul del fondo, ¿es un muro manteniéndola arrinconada contra el atacante que habita en su cuerpo, o es un abismo que la coloca a un paso del olvido?
Sólo podemos imaginar los detalles de lo que realmente le ocurrió a esta mujer. ¿Fue violada por su pareja siendo adulta? ¿Fue acosada una y otra vez por sus compañeros de trabajo? ¿Fue abusada por un amigo del colegio cuando era más joven? ¿Fue sexualizada por un familiar cuando era niña? ¿Cuánto de lo que pasó fue real y cuánto una creación de su mente?
Es muy importante considerar estas preguntas por varias razones, pero ellas no son más importantes que el terror, la soledad y la desesperanza que esta mujer está viviendo en el presente como residuo de un evento pasado. Cuando veo esta pintura, así como cuando me siento frente a mis pacientes en terapia, lo que veo es el sufrimiento producido por un pasado que sigue vigente. No necesito saber todos los detalles de lo que le ocurrió a esta mujer; lo que me interesa es entender el significado que ella le ha dado a esta experiencia, así como la manera en que permanece en su cuerpo, su mente y su espíritu, convirtiéndose en un obstáculo para vivir una vida plena.
El Trauma es como una Astilla
Recordé la pintura de Magritte hace un tiempo, cuando leía un libro de Bessel van der Kolk, uno de los principales investigadores y autores mundiales sobre trauma psicológico. Él sugiere la idea de que el trauma es como una astilla: el problema es la forma en que nuestro cuerpo reacciona a un objeto extraño, más que el objeto en sí mismo.
Esta idea no es realmente nueva. Como casi todo en el mundo de la psicología, podemos ir de vuelta a Sigmund Freud. En 1895, en su libro “Estudios Sobre la Histeria”, él y su colega Josef Breuer escribieron: “el trauma psíquico, o bien el recuerdo de él, obra al modo de un cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que ser considerado como de eficacia presente.”
La idea de que el trauma permanece dentro de nosotros como un cuerpo extraño también es ilustrada por la expresión quechua mancharisqa ñuñu, traducida por la antropóloga Kimberly Theidon como “la teta asustada,” que sirvió de inspiración para la película peruana del mismo nombre. Con esta expresión, las mujeres quechua-hablantes entendieron que el trauma psicológico y emocional, creado por la violencia extrema de la que fueron víctimas, queda atrapado dentro de su propio cuerpo. La expresión también refleja el temor de que este trauma pueda ser transmitido a sus hijos a través de la lactancia.
Es importante hablar de “eventos traumáticos”, pero lo que me parece fundamental es entender las distintas formas en que el trauma psicológico y emocional permanece con nosotros a pesar del paso del tiempo. El trauma no es solo recordado, sino revivido. Lo importante del trauma no es lo que ocurrió en el pasado, sino nuestra experiencia de sus consecuencias en el presente, el significado que consciente o inconscientemente le atribuimos a dicha experiencia, y la manera en que ella define cómo se siente vivir en nuestro cuerpo y en nuestra mente.
No se Necesita un Gran Evento
Normalmente cuando la gente habla de trauma uno piensa en un evento o una situación particular que genera la respuesta traumática. Estos eventos pueden incluir violencia sexual o física, desastres naturales, accidentes, o guerras. Este tipo de trauma a veces genera una condición conocida como Trastorno por Estrés Post-Traumático (TEPT, o PTSD por sus iniciales en inglés).
Sin embargo, el trauma psicológico y emocional no siempre requiere de un evento específico. El trauma también puede producirse, por ejemplo, como resultado de una infancia marcada por la negligencia, el abuso, la inconsistencia, el caos, o la indiferencia. Puede ser el producto de crecer en un hogar en el que las emociones nunca fueron expresadas o permitidas, o incluso fueron castigadas. Este tipo de trauma es más sutil, insidioso y complejo.
Es más sutil porque no requiere de un “gran evento” en particular, sino que es resultado de la vida cotidiana. Sus secuelas pueden tal vez ser menos dramáticas, pero no por eso menos dolorosas. Es más insidioso porque este tipo de trauma se instala dentro de nosotros bajo la apariencia de normalidad: es difícil reconocer la disfuncionalidad cuando dicha disfuncionalidad es lo único que conocemos. Es más complejo porque es el resultado de experiencias que ocurren una y otra vez, de manera repetida y prolongada, con personas cercanas en las que necesitábamos poder confiar. Estas experiencias de trauma crónico, que ocurren en el contexto de relaciones importantes y cercanas, abruman la capacidad del niño o la niña de procesar, entender y regular sus propias emociones.
La mayoría de los pacientes que veo en terapia han vivido algún tipo de trauma complejo en distintas partes de su desarrollo. Cuando niños se sintieron invisibles e ignorados. Nadie les dio cuidado, los tomó en cuenta, o los tomó en serio. Crecieron creyendo que sus necesidades de cariño y afecto no eran importantes y que nunca serían satisfechas. Tuvieron que guardar dentro de ellos, en silencio y a oscuras, terribles secretos de familia. Tuvieron que convertirse en padres de sus propios padres desde una edad temprana. Para sentirse queridos y aceptados, necesitaron siempre portarse bien, sacar buenas notas, convertirse en niños modelo, o pretender ser alguien que realmente no eran. Tuvieron que aprender a calmarse por sí mismos, sin nadie que los ayudara a entender o validar sus propias emociones. Vivieron su infancia sintiendo que, no importa lo que hicieran, nunca serían suficiente.
Todas estas experiencias del pasado son revividas en el presente de una u otra forma, impidiéndoles sentirse seguros, queridos, valorados y capaces de confiar en sí mismos y en los demás. Estas experiencias obstruyen la posibilidad de reconocerse a sí mismos, de desprenderse de fantasmas del pasado, y de relacionarse con otras personas con apertura, vulnerabilidad y autenticidad. Estas experiencias los hacen sentir en alerta y ansiedad constante, agotados y vacíos, o tambaleándose entre ambos estados de ánimo.
Del Trauma a la Restauración
Como psicoterapeuta, parte de mi trabajo es ayudar a mis pacientes a reconocerse a sí mismos y darle sentido a estas experiencias traumáticas. Para ello, trato de ofrecerles la oportunidad de tener experiencias restauradoras en el trabajo que desarrollamos juntos. La parte más importante de este proceso de restauración no es, en mi opinión, cuestión de técnica o de teoría; la cuestión fundamental es acerca de autenticidad, curiosidad y amor.
Lo que esto quiere decir es que debo tratar de mantenerme consciente de mis propias reacciones, de cómo me estoy relacionando con la persona sentada frente a mí, y de lo que evoca en mi mente y en mi corazón. En otras palabras, mi trabajo requiere ser un ser humano primero y un psicoterapeuta después, lo cual puede resultar difícil. A veces me siento atrapado por la necesidad de decir las palabras correctas, ofrecer la interpretación más incisiva, o la opinión más útil y certera. En lugar de enredarme con tantas obligaciones, debo recordar y confiar en que mi presencia, mi curiosidad, mi compasión y mi humanidad, con sus fallas e imperfecciones, no solo son suficientes, pero son lo más importante que puedo ofrecer. Creo que lo mismo es verdad cuando hablamos no de terapeutas y pacientes, sino de cualquier otro tipo de relación entre dos seres humanos que se reconocen como tales.
Las personas que vienen a mi consultorio, ¿sienten que realmente me tomo el tiempo de conocerlas sin juzgarlas? ¿Se sienten vistas y escuchadas? ¿Me lo dirían de no ser así? ¿Creen que hay espacio suficiente en nuestra relación para sentir rabia, dolor, tristeza, alegría, amor, o deseo? ¿Se sentirían libres de expresar estos sentimientos, confiando en que nuestra relación sobrevivirá? ¿Sienten que pueden contar conmigo, confiar que estoy de su lado y que seré capaz de poner límites cuando sean necesarios? ¿Pueden sentir que todas y cada una de las partes de ellos mismos, incluyendo aquellas que les generan disgusto u odio, son reconocidas, aceptadas y valoradas por mí?
Creo que este es el tipo de preguntas que definen y crean una experiencia reparadora, no solo en psicoterapia sino en cualquier otro tipo de relación entre dos personas que pueden ver más allá de sus diferencias. Estas preguntas son útiles porque abren la oportunidad de identificar, entender y procesar patrones disfuncionales instalados por experiencias traumáticas. Pero son sobre todo importantes porque ofrecen la posibilidad de reconectar con partes nuestras que habíamos negado. No podemos cambiar el pasado, pero podemos ayudar a los demás -y a nosotros mismos en el proceso- a cambiar la relación que tienen con él, ofreciéndoles la oportunidad de sentirse reconocidos, aceptados, y queridos incondicionalmente.
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